El término “possessió” equivale al nombre de la
masía catalana, el “cortijo” andaluz o el “caserío” en vasco. Son fincas
rurales de extensión considerable utilizadas tanto como vivienda como para usos
productivos. El término aparece en Mallorca a partir del S.XIV, si bien ya se
utilizaba la palabra árabe “alquería”. Las possessions eran centros de producción agrícola, herencia del concepto de las
“villae” romanas.
La ubicación de muchas possessions coincide con los antiguos poblados prehistóricos.
Aunque si bien se dan siempre unas mismas condiciones: una cierta elevación,
suelo rocoso, terreno rico en agua, situación protegida del viento y buena
orientación solar.
La arquitectura de la possessió era en sus orígenes
bastante sencilla. En muchos casos tenían un carácter fortificado. Fue a
partir de los S.XVII y XVIII cuando se introdujo el gusto señorial en las
fincas rurales con símbolos de prestigio como grandes patios, escaleras de honor
o arcadas. Su estructura básica se basaba en un camino de acceso, muchas veces
con árboles, un portal foráneo y un espacio exterior empedrado que delimitaba
la fachada. La disposición de muchas de estas fincas se organizaba a partir de
un patio central o claustro que podía estar (o no) totalmente cerrado y donde
daban tanto las casa de los señores como las habitaciones de los trabajadores;
así como la “tafona” (almazara), el
molino, los establos, etc. Era común que, en medio del claustro, se situara la
boca de la cisterna, como pasa en Son Real. Las grandes possessions tenían siempre una palmera alta o un “lledoner” (almez).
Una possessió
suponía la existencia de una estructura social organizada en estamentos. Los
propietarios pertenecían normalmente a la clase alta urbana y solo residían
ocasionalmente en la finca. En este caso la gestión pasaba a manos de un
empleado de los señores que se llamaba mayoral. Era muy común que los
propietarios alquilaran la finca a cambio de unas rentas. Así aparece la figura
del amo
o arrendatario, un personaje clave para el desarrollo del campo, ya que
organizaba la producción, administraba y, a veces, incluso dejaba dinero a los
señores con mucho patrimonio pero poco líquido. Su mujer, la madona,
tenía un papel fundamental en la vida de la finca porque era quien mandaba en
los aspectos domésticos y era el centro de la vida social.
Cada possessió equivalía a un pequeño
lugar donde, durante épocas determinadas, podían vivir más de cien personas.
Teniendo en cuenta la precariedad de las comunicaciones, los habitantes apenas
salían. Se formaba así una comunidad muy organizada y con las tareas bien
repartidas. Los “amitgers”
(aparceros) eran payeses que tenían porciones de tierra arrendadas dentro de la
finca. Los jornaleros trabajan a cambio de una dieta durante un tiempo
determinado. Los niños empezaban con pequeñas ocupaciones como la de
pastorcillo. Una figura importante era la del algarrobero, encargado de vigilar
con una carabina la gran extensión de algarroba para evitar los incendios o la
presencia de cazadores furtivos.
Los horarios de trabajo eran intensos y solo se
descansaba en domingo. La misa también era una ocasión para las relaciones
sociales, igual que las matanzas o las fiestas mayores de los pueblos. Era una
vida dura de la cual nos dan testimonio muchas canciones populares.
La possessió de Son Real
Fue la possessió
más grande del término. Había unas casas que mostraban tanto la importancia de
la explotación agraria como la jerarquía social que se establecía. Era una
estructura escalonada que tenía por encima los señores, por debajo suyo los
amos y, ya en los escalones más bajos, toda una serie de asalariados fijos y
temporales. Eso sin contar los arrendatarios, como los “roters” que se encargan del cultivo de las tierras más malas de la
possessió, o como aquellas personas
que iban a cortar pinos para trabajo de carpintería y a buscar leña para hacer
hormigueros. Incluso había carboneros.
Pero Son Real
siempre tuvo algo especial que la hacía diferente respecto a las demás possessions. Primero, porque en Son Real
teníamos el mar el cual fue, durante
siglos, una fuente de peligro; la parte más antigua de las casas de la possessió es una torre de defensa. Los
hombres de Santa Margalida eran los encargados, desde la Edad Media, de hacer
las guardias de mar en Son Real, para advertir de la llegada de piratas,
corsarios y naves enemigas. Lo fueron hasta el S.XIX; concretamente en la cueva
de delante de la isla des Porros, una
antigua cueva de enterramiento prehistórico. Más adelante, en este lugar, hubo
un cuartel que, seguramente porque el peligro fue disminuyendo, fue abandonado.
Puede que fuera por eso que la gente empezara a visitar más la marina de Son
Real. Eran hombres que iba a extraer marés a las pedreras de la misma orilla
del mar, payeses que iban a buscar alga para poner en los cultivos. Pero además
encontraron otra utilidad al mar y a la relativa soledad del lugar: el contrabando. A finales del S.XIX y
la primera mitad del S.XX, el contrabando – de tabaco primordialmente – fue una
fuente de ingresos complementarios para muchas de las familais de Santa
Margalida y una de las bases de las fortunas que se hicieron en la Vila.
Incluso se cuenta que estos se refugiaban en la “cueva del contrabando”. No se sabe si
es una cueva prehistórica modificada o si es una obra nueva hecha por los
contrabandistas. Incluso contaban que el interés de la gente de Santa Margalida por mantener en buen
estado el camino público des Quarter
o s´illa des Porros tenia como
principal motivo facilitar aquella actividad que se había convertido en un
complemento importante de la economía de las familias payesas de la Vila.
La possessió de Son Real no está exenta
de sucesos extraños. El más
impactante fue uno que ocurrió en el año 1348, cuando la primera víctima de la
peste negra en Mallorca (Guillermo Brassa de Alcúdia) fue enterrado por sus
vecinos y sin permiso en la isla des
Porros. Los hombres de Santa Margalida, puede que alertados por el guardián
de la cueva, se enteraron y protestaron al gobernador, que dio orden de
desenterrar el cadáver y hacerlo enterrar en Alcudia. Así, el rafal
d’en Rubert – así se llamaba Son Real, tomando el nombre de uno de sus
primero propietarios, Robert de Bellví – se había convertido de manera
inesperada en el escenario de una historia con un triste final: la despoblación
del término hizo del lugar un paraje todavía más desolado, incluso cuando la
adquirió, en la segunda mitad del S.XIV, Real Monja de Selva, que la ocupó por
poco tiempo y que acabó por darle nombre a aquella gran possessió. Pero pese a todo Son Real es y será conocida por el rico
patrimonio arqueológico que atesora y por las necrópolis talayóticas y la isla des Porros.
Bibliografía
"Guía de Son Real". Autor:
Carlos Garrido. Publica: INESTUR (2008). Pág.: 8-9; 22-23.
Fotografías
Virginia Leal © 2015
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